El mundo del ballet ha perdido a uno de sus más grandes exponentes, Yuri Grigorovich, quien falleció el 19 de mayo de 2025 a la edad de 98 años. Este maestro del ballet ruso dejó una huella imborrable en la danza clásica, siendo el coreógrafo principal del renombrado Teatro Bolshói de Moscú durante tres décadas. Su vida y obra no solo marcaron una época en la historia del ballet, sino que también transformaron la forma en que se percibe esta disciplina artística en Rusia y en el mundo.
### La Trayectoria de un Maestro
Nacido en 1927 en Leningrado, actual San Petersburgo, Grigorovich provenía de una familia con profundas raíces en el mundo de la danza. Su tío, Georges Rosay, fue un destacado bailarín del Teatro Mariinski y de los Ballets Rusos de Serge Diaghilev. Desde joven, Grigorovich mostró un talento excepcional, graduándose de la Escuela Coreográfica de Leningrado y convirtiéndose en solista del Teatro Kírov a finales de la década de 1940.
Su carrera despegó en 1957 con la innovadora puesta en escena del ballet ‘La flor de piedra’, que se basaba en cuentos populares de los Urales. Esta obra no solo le otorgó reconocimiento, sino que también sentó las bases de su estilo único, que combinaba la técnica clásica con una narrativa emocional profunda. A partir de 1964, Grigorovich asumió el cargo de coreógrafo principal del Bolshói, donde permanecería hasta 1994, un periodo que abarcó tanto la era soviética como la transición posterior a la disolución de la Unión Soviética.
Durante su tiempo en el Bolshói, Grigorovich se destacó por su capacidad para revivir y reinterpretar clásicos del ballet ruso. Obras como ‘El Cascanueces’ de Chaikovski, ‘Espartaco’ de Khachaturian, y ‘Iván el Terrible’ de Prokófiev fueron parte de su repertorio, cada una de ellas marcada por su sello distintivo. Su enfoque innovador y su habilidad para contar historias a través del movimiento llevaron a la danza a nuevas alturas, convirtiendo al Bolshói en un referente mundial.
### Un Legado que Trasciende Fronteras
El impacto de Grigorovich en el ballet no se limitó a su trabajo en el escenario. A lo largo de su carrera, fue mentor de numerosos bailarines que se convirtieron en estrellas internacionales. Entre ellos se encuentran Natalia Bessmertnova, quien no solo fue su alumna, sino también su esposa, y la famosa pareja de bailarines Ekaterina Maximova y Vladimir Vasiliev. Su influencia se extendió más allá de las fronteras de Rusia, inspirando a generaciones de bailarines y coreógrafos en todo el mundo.
Después de su dimisión del Bolshói en 1995, Grigorovich no se retiró del mundo de la danza. En su lugar, fundó su propia compañía en Krasnodar, donde continuó creando y produciendo obras que reflejaban su visión artística. Sin embargo, su amor por el Bolshói lo llevó a regresar en 2008 como coreógrafo principal, donde continuó contribuyendo al legado del teatro hasta su muerte.
La comunidad artística ha expresado su pesar por la pérdida de Grigorovich. El Teatro Mariinski, en un comunicado, lamentó su fallecimiento y celebró su herencia artística, afirmando que «con el fallecimiento de este legendario coreógrafo, se va toda una época». Su legado perdurará no solo en las obras que creó, sino también en la forma en que transformó la percepción del ballet en la cultura rusa y más allá.
Yuri Grigorovich no solo fue un coreógrafo; fue un visionario que entendió el poder del ballet como una forma de arte capaz de contar historias profundas y conmovedoras. Su vida y obra seguirán inspirando a bailarines y amantes de la danza en todo el mundo, asegurando que su legado perdure por generaciones. La danza clásica ha perdido a un gigante, pero su influencia seguirá viva en cada pirueta y cada salto que se realice en los escenarios de todo el mundo.