Colombia ha sido un escenario recurrente de violencia política a lo largo de su historia, donde los atentados contra candidatos presidenciales han marcado un patrón trágico que se repite cada cierto tiempo. El reciente ataque al candidato Miguel Uribe Turbay, quien fue herido durante un mitin en Bogotá, ha reavivado los temores de una violencia que muchos creían superada. Este incidente no solo es un recordatorio de los peligros que enfrentan los políticos en el país, sino que también pone de manifiesto un problema más profundo: la falta de garantías para la democracia en Colombia.
La historia de la violencia política en Colombia se remonta a varias décadas, siendo el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán en 1948 uno de los eventos más significativos. Gaitán, un líder carismático del Partido Liberal, fue asesinado en el centro de Bogotá, lo que desencadenó el ‘Bogotazo’, un estallido de violencia que marcó el inicio de un conflicto que ha perdurado hasta nuestros días. Este evento no solo cambió el rumbo de la política colombiana, sino que también sembró las semillas de un conflicto armado que ha dejado miles de muertos y desplazados.
Desde entonces, Colombia ha visto caer a varios líderes políticos bajo las balas. El asesinato de Luis Carlos Galán en 1989, un candidato presidencial que luchaba contra el narcotráfico, es otro ejemplo emblemático. Galán fue asesinado por sicarios vinculados al cartel de Medellín, y su muerte fue considerada un ataque directo a la democracia. En los años siguientes, otros candidatos, como Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro, también fueron asesinados, lo que evidenció un patrón de violencia sistemática contra aquellos que se oponían a las élites y al narcotráfico.
El atentado contra Miguel Uribe Turbay, quien pertenece a una familia con una larga tradición política, ha reabierto viejas heridas en la sociedad colombiana. Su abuelo, Julio César Turbay Ayala, fue presidente entre 1978 y 1982, y su madre, Diana Turbay, fue secuestrada y asesinada por narcotraficantes en 1991. Este contexto familiar añade una capa de complejidad a su candidatura y a la violencia que ha enfrentado. La reacción de figuras políticas, como el expresidente Iván Duque y el actual presidente Gustavo Petro, refleja la preocupación generalizada por la seguridad de los candidatos y la estabilidad del proceso electoral.
La violencia política en Colombia no es un fenómeno aislado, sino que está profundamente arraigada en la historia del país. A lo largo de los años, los grupos armados y las élites han utilizado la violencia como una herramienta para mantener o alterar el poder. La Misión de Observación Electoral (MOE) ha documentado que entre 2021 y 2023, más de 800 líderes sociales y políticos fueron asesinados, muchos de ellos en el contexto de procesos electorales locales. Esta situación plantea serias dudas sobre la capacidad del Estado para garantizar la seguridad de sus ciudadanos y la integridad de sus elecciones.
El ciclo de violencia política en Colombia ha dejado una estela de impunidad. Muchos de los crímenes cometidos contra líderes políticos han quedado sin resolver, alimentando la desconfianza en las instituciones. El asesinato de Álvaro Gómez Hurtado en 1995, por ejemplo, fue reivindicado por la guerrilla de las FARC, pero su familia sostiene que fue un crimen de Estado. Esta falta de claridad en los casos de violencia política ha contribuido a un clima de miedo y desconfianza que persiste en la sociedad colombiana.
La historia de la violencia política en Colombia es un recordatorio de que la democracia no es un estado garantizado, sino un proceso que requiere constante vigilancia y defensa. La reciente agresión a Miguel Uribe Turbay es un llamado a la acción para todos los colombianos, instando a rechazar la violencia y a trabajar juntos por un futuro en el que la política se ejerza sin miedo. La esperanza de una Colombia más pacífica y democrática depende de la capacidad de sus ciudadanos para enfrentar y superar los fantasmas del pasado.
A medida que el país avanza hacia las elecciones, es crucial que la sociedad civil, las instituciones y los partidos políticos se unan para garantizar un ambiente seguro para todos los candidatos. La violencia política no solo afecta a los individuos que la sufren, sino que también socava la confianza en el sistema democrático y en la posibilidad de un futuro mejor para todos los colombianos. La historia de Colombia está marcada por la lucha y la resiliencia, y es hora de que esta lucha se traduzca en un compromiso colectivo por la paz y la democracia.