La masacre obrera del 15 de noviembre de 1922 en Guayaquil es un evento que ha dejado una huella imborrable en la historia del movimiento obrero ecuatoriano. A más de un siglo de estos trágicos sucesos, las versiones sobre lo ocurrido siguen siendo objeto de debate y análisis. Este artículo explora las circunstancias que llevaron a esta masacre, los escenarios de violencia y las diferentes interpretaciones que han surgido a lo largo de los años.
La huelga general de noviembre de 1922 fue el catalizador de una serie de eventos que culminaron en una jornada de violencia sin precedentes. Los trabajadores, cansados de los retrasos en sus salarios y la falta de mejoras laborales, decidieron movilizarse en busca de justicia. En un contexto de crisis económica, exacerbada por la caída de los precios del cacao y plagas que afectaron la producción, la situación se tornó insostenible. Los reclamos incluían la reducción de la jornada laboral a ocho horas, un derecho que aún no estaba garantizado en ese momento.
Los escenarios de la violencia se concentraron en el centro histórico de Guayaquil, donde se formó un polígono de enfrentamientos. Según el historiador Willington Paredes, la violencia no solo afectó a los obreros, sino que también cobró la vida de migrantes y curiosos que se encontraban en el lugar. La represión fue brutal, con disparos que resonaron en las calles y cuerpos caídos que fueron arrojados al río Guayas. Las cifras de víctimas varían ampliamente, desde una decena hasta más de 300, lo que refleja la confusión y el caos de esos momentos.
La avenida 9 de Octubre se convirtió en el epicentro de la protesta, donde más de 5,000 manifestantes se reunieron para exigir la liberación de los detenidos. Sin embargo, la situación se tornó violenta cuando la policía abrió fuego contra los manifestantes, lo que desató una ola de pánico y descontrol. La represión estatal fue justificada por el gobierno de José Luis Tamayo, que presentó los hechos como un motín urbano, mientras que los trabajadores lo vieron como una lucha legítima por sus derechos.
Las versiones de los hechos son diversas y a menudo sesgadas. Paredes identifica tres relatos principales: la crónica literaria de Joaquín Gallegos Lara, los reportes periodísticos de la época y una interpretación historiográfica que busca entender el contexto más amplio. La crónica de Gallegos Lara, aunque popular, es criticada por su sesgo ideológico, dado que el autor era miembro del partido comunista. Esta narrativa ha influido en la percepción pública de la masacre, presentando una imagen dramática que ha perdurado en la memoria colectiva.
Por otro lado, la interpretación del gobierno de Tamayo minimiza la importancia de las demandas laborales, enfocándose en la supuesta amenaza al orden público. La Federación de Trabajadores, en contraste, argumenta que la masacre fue el resultado de una movilización popular que buscaba mejorar las condiciones laborales. Esta diversidad de perspectivas refleja la complejidad de los movimientos sociales y las tensiones entre diferentes grupos de interés.
La presencia de anarquistas en la protesta añade otra capa de complejidad al análisis. Según Paredes, los anarquistas tenían un control significativo sobre los sindicatos de la época, lo que sugiere que la lucha no era solo por derechos laborales, sino también por una transformación más profunda de la sociedad. Esta dinámica se complica aún más por la inclusión de intereses de sectores empresariales en la plataforma de la huelga, lo que llevó a cuestionar la autenticidad de las demandas obreras.
La masacre del 15 de noviembre de 1922 no solo es un recordatorio de la lucha por los derechos laborales en Ecuador, sino también un ejemplo de cómo los eventos históricos pueden ser interpretados de maneras radicalmente diferentes. La cifra de víctimas, que algunos historiadores elevan a miles, contrasta con las estimaciones más conservadoras que hablan de menos de 400. Esta discrepancia subraya la dificultad de establecer una narrativa única y objetiva sobre lo ocurrido.
En la actualidad, el legado de la masacre sigue vivo en la memoria de los ecuatorianos, y cada año se realizan actos conmemorativos en honor a las víctimas. La lucha por los derechos laborales continúa, y los ecos de aquella jornada de violencia resuenan en las movilizaciones actuales. La historia de la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922 es, en última instancia, un testimonio de la resistencia y la lucha por la justicia social en Ecuador.
