Los ciudadanos bolivianos se preparan para acudir a las urnas el próximo 17 de agosto, en unas elecciones generales que podrían marcar un cambio significativo en el panorama político del país. Después de dos décadas de dominio del Movimiento al Socialismo (MAS), liderado por Evo Morales, se vislumbra la posibilidad de un viraje hacia la derecha o el centro. Este evento electoral no solo determinará quién ocupará la presidencia y el parlamento, sino que también podría redefinir el futuro político de Bolivia.
La contienda electoral se presenta con un total de ocho organizaciones políticas en la carrera, pero dos candidatos opositores se destacan en las encuestas: Samuel Doria Medina, un empresario de centroderecha, y Jorge ‘Tuto’ Quiroga, un expresidente de tendencia derechista. Ambos candidatos tienen la posibilidad de llegar a una segunda vuelta, algo inédito en la historia reciente del país, si ninguno de ellos logra obtener más del 50% de los votos válidos o al menos el 40% con una diferencia de diez puntos sobre el siguiente candidato.
La situación actual del MAS es compleja. El partido se presenta dividido, con varios candidatos que no logran captar el apoyo necesario para competir de manera efectiva. Eduardo del Castillo, el candidato oficialista, se encuentra en los últimos lugares de las encuestas, mientras que Andrónico Rodríguez, quien era considerado el sucesor de Morales, tampoco muestra cifras que lo acerquen a la posibilidad de un balotaje. Esta fragmentación dentro del oficialismo podría ser un factor determinante en el resultado de las elecciones.
Evo Morales, quien gobernó Bolivia de 2006 a 2019, ha intentado mantenerse relevante en la política del país, a pesar de no poder postularse nuevamente debido a restricciones constitucionales. Su intento de forzar su inscripción como candidato ha llevado a sus seguidores a promover el voto nulo, lo que podría complicar aún más la situación del MAS en las elecciones. Las encuestas indican un alto porcentaje de indecisos y de votos en blanco o nulos, lo que añade incertidumbre al proceso electoral.
El sistema electoral boliviano establece que los votos nulos y blancos no se consideran válidos, lo que significa que, en caso de que estos sumen la mayoría, la elección se decidirá únicamente con los votos válidos. Esto podría llevar a una situación en la que el nuevo gobierno sea elegido con una minoría de apoyo, lo que generaría un escenario político inestable.
Las mesas electorales abrirán a las 8:00 de la mañana y funcionarán durante ocho horas continuas, o hasta que el último votante en fila haya emitido su sufragio. El voto es obligatorio en Bolivia, y quienes participen recibirán un certificado de sufragio que deberán presentar para realizar trámites en instituciones públicas y en la banca durante los 90 días posteriores a las elecciones. Para garantizar la transparencia del proceso, se implementará el Sistema de Transmisión de Resultados Preliminares (Sirepre), que ha sido probado en simulacros en los tribunales departamentales electorales.
Además, se han desplegado 14 misiones internacionales de observación electoral, siendo las más destacadas las de la Unión Europea y la Organización de Estados Americanos, junto con otras delegaciones nacionales que vigilarán el desarrollo de la jornada electoral. Desde el jueves anterior a las elecciones, rige el silencio electoral, y desde el viernes se prohíben las aglomeraciones y la venta de bebidas alcohólicas, en un esfuerzo por mantener la calma y el orden durante este crucial evento.
Las elecciones del 17 de agosto no solo son una oportunidad para que los bolivianos elijan a sus nuevos líderes, sino que también representan un momento decisivo para el futuro político del país. Con un electorado dividido y un MAS debilitado, el resultado de estas elecciones podría tener repercusiones significativas en la dirección que tomará Bolivia en los próximos años.